miércoles, 23 de julio de 2014

VI

Amanece.
El sol todavía no se ve salir pero el cielo ya perdió su color oscuro.
Un repartidor deja un diario en una casa en la mitad de la cuadra.
Un colectivo cruza la calle trayendo encarcelado a un chofer solitario.
Una mano suelta un picaporte que, haciendo un suave movimiento, vuelve a su posición de reposo. Un automóvil abandona su madriguera.

Suenan voces en el aire. Voces de diferentes alturas y colores.
Expresan fórmulas conocidas. Desean a alguien o a todos tener un buen día.
Muchas bocas se abren involuntariamente liberando bostezos. Sólo algunos de miles de bostezos que fueron encerrados durante miles de millones de días: reflejos de sueños que no se marcharon, pinceladas sutiles pero evidentes que denotan la falsedad de muchos cuadros; papeles mal desempeñados que delatan a malos actores interpretando roles ajenos.

Pero amanece.
Las ventanas se abren y la luz devora pequeñas oscuridades. El verde de las hojas que no cayeron se hace más visible y más notorio. Unas criaturas aladas se acercan al suelo buscando un humilde tributo en forma de migas de pan que alguien ofrece desinteresadamente.

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