miércoles, 23 de julio de 2014

XXVI

¿Qué nombre le pondrías a un color que nunca nadie vio?
¿cómo enseñarías a leer a quién no sabe hablar o a sentir a quién sólo sabe pensar?

Hay cosas que tocan mi interior de una manera tan genuina que no puedo cuestionar.
Hay cosas que prefiero no explicar sino solamente describir y dejar que sean perfectas en su singularidad.

El aire impregnado de tilo y jazmín,
la lluvia brillando con los rayos del sol y un haz de luz filtrándose entre el gris de las nubes.
La sensación de calma al recibir un abrazo de un ser querido o al reencontrarse con los recuerdos de la infancia.
El sabor suavemente dulce de un té con limón y miel y el sonido inconfundible de la voz con que ladra mi perro cuando me oye llegar.
El agua del mar hermosamente fría del primer día de vacaciones y ese ardor en la piel después de pasar una tarde bajo el sol.

La alegría que no necesita ser explicada, la belleza en estado puro, las hierbas silvestres que nadie riega ni cultiva pero que simplemente brotan.
La lluvia y las tormentas que llegan sin pedirnos permiso y sin dejarnos serles indiferentes.

Hay cosas que tocan mi interior de una manera tan perfecta que no puedo cuestionar.

No voy a ser yo quien las menosprecie tratando de compararlas o buscándole justificación a su existencia, pero me gusta describirlas.
Y enumerarlas.

Y creer que sabés de qué sensación te estoy hablando y que entendés estas cosas de una manera parecida.
Y que sabés que hay cosas que quisiera que fueran distintas pero que no me creo con derecho de tratar de cambiar...

Escucho el sonido del agua del río.
Veo cómo se pierde más allá de donde puedo ver, pero sé que sigue corriendo.
No sé cuál será la direccion que tome y no voy a tratar de cambiar su curso.

Fluye.
No tengo nada que explicar.

Hay cosas que tocan mi interior de una manera tan natural que no puedo cuestionar.

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