miércoles, 23 de julio de 2014

XX

-¿Está todo?
-Creo que sí.
La plaza generalmente se encontraba casi vacía a esa hora de la noche, exceptuando los días de mucho calor. Esta vez, sin embargo, no era la temperatura la que había hecho que los estudiantes de música se reunieran allí. El que había llegado último echó una nueva mirada a la pila de instrumentos musicales que había en medio de ellos. La mayoría eran guitarras, aunque había también dos saxos, un piano eléctrico y uno vertical que habían arrastrado ahí con bastante esfuerzo.
-Sabíamos que pasaría...- dijo alguien con voz entrecortada.
-Quiero decir... de una manera o de otra. No era necesario que fuera ahora, pero si no abandonaba, sería cuando se recibiera.
Siguieron un par de minutos en silencio mientras uno a uno acercaban las partituras que habían podido junutar para encender el fuego. Uno de los más jóvenes, que se había apartado del grupo, regresó trayendo consigo un retrato de Beethoven.
-¡Que arda también! Al final, siempre fue una carga para todos.
Una mano detuvo el cuadro cuando iba a ser dejado en medio de las demás cosas.
-No. El cuadro no. Él no tiene la culpa.
-Pero... dijimos que se terminaba acá.
-Sí, pero para nosotros. ¿Sabés? Creo que ese cuadro es más músico que todos nosotros. Nunca presté demasiada atención a las historias de los compositores, pero creo que él amaba la música. Nosotros somos una farsa.Tal vez algunos habrán empezado la carrera amando la música, queriendo ser cada vez mejores, con ganas de estudiar... pero ahora sabemos que eso no es lo que nos movía.
-Tal vez era una parte.
-Mentís y lo sabés. La razón era ella. Siempre fue ella. Todos los que estamos acá estudiábamos por ella. Nos levantábamos un poco más temprano de la siesta para llegar un rato antes a clases y cruzarla en los pasillos y seguíamos cursando materias que odiábamos profundamente sólo porque la teníamos de compañera. Incluso creo que la mayoría habrá querido recibirse sólo para dar clases en el mismo lugar que ella.
El silencio y las caras serias fueron la única confirmación que hizo falta. Viendo que estaban todos de acuerdo, el que hablaba apartó el retrato y desenroscó la tapa del bidón de querosene. Roció los instrumentos sin decir una palabra y prendió el encendedor.
En ese momento, notaron que alguien más se acercaba caminando. Enseguida lo reconocieron por su forma de andar despreocupada y algo agresiva. Era uno de los pocos estudiantes varones que se había negado a participar, un alumno de piano que tocaba la armónica en una banda de rock.
Se acercó sin saludar, tomó una guitarra bañada en querosene y comenzó a ejecutar un tema medianamente popular mientras hacía ademanes que recordaban a Keith Richards.
-No vengas a burlarte de nosotros- le dijo uno, representando al grupo.
Siguió tocando sin contestarle, mientras canturreaba en voz baja la melodía de la canción. Nunca sonó el último acorde. Cuando todos esperaban que finalizara como siempre lo hacía, tocando las cuerdas con el dedo índice de la más aguda a la más grave, simplemente se detuvo.
-Pensaba que iba a poder. Quería venir y tocar delante de ustedes para demostrarles que yo sí era músico, pero no puedo. Somos iguales.
Metió su mano derecha en el bolsillo izquierdo del desgastado pantalón de jean y sacó una armónica. Amagó llevársela a la boca, pero enseguida la tiró con el resto de los instrumentos.
-¿Se acuerdan de que me decían el hombre de hojalata? Ahí tienen. Soy como ustedes. Mi teclado está ahí en el medio desde temprano, abajo de algunas guitarras.
Habría esperado que le contestaran algo, pero nadie dijo nada. Ya no tenían ganas de expresarse, ni siquiera por medio de la palabra.
Una nueva chispa del encendedor encendió el fuego.
En unos segundos, comenzaron a escucharse los primeros sonidos: cuerdas que perdían su tensión para siempre, maderas que ya no harían de caja de resonancia y que ahora apenas emitían un chasquido al ser devoradas por lenguas anaranjadas...
Sin proponérselo, esa noche fue la única vez que verdaderamente hicieron música.

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