-¿Está todo?
-Creo que sí.
La plaza generalmente se
encontraba casi vacía a esa hora de la noche, exceptuando los días de
mucho calor. Esta vez, sin embargo, no era la temperatura la que había
hecho que los estudiantes de música se reunieran allí. El que había
llegado último echó una nueva mirada a la pila de instrumentos musicales
que había en medio de ellos. La mayoría eran guitarras, aunque había
también dos saxos, un piano eléctrico y uno vertical que habían
arrastrado ahí con bastante esfuerzo.
-Sabíamos que pasaría...- dijo alguien con voz entrecortada.
-Quiero decir... de una manera o de otra. No era necesario que fuera ahora, pero si no abandonaba, sería cuando se recibiera.
Siguieron
un par de minutos en silencio mientras uno a uno acercaban las
partituras que habían podido junutar para encender el fuego. Uno de los
más jóvenes, que se había apartado del grupo, regresó trayendo consigo
un retrato de Beethoven.
-¡Que arda también! Al final, siempre fue una carga para todos.
Una mano detuvo el cuadro cuando iba a ser dejado en medio de las demás cosas.
-No. El cuadro no. Él no tiene la culpa.
-Pero... dijimos que se terminaba acá.
-Sí,
pero para nosotros. ¿Sabés? Creo que ese cuadro es más músico que todos
nosotros. Nunca presté demasiada atención a las historias de los
compositores, pero creo que él amaba la música. Nosotros somos una
farsa.Tal vez algunos habrán empezado la carrera amando la música,
queriendo ser cada vez mejores, con ganas de estudiar... pero ahora
sabemos que eso no es lo que nos movía.
-Tal vez era una parte.
-Mentís
y lo sabés. La razón era ella. Siempre fue ella. Todos los que estamos
acá estudiábamos por ella. Nos levantábamos un poco más temprano de la
siesta para llegar un rato antes a clases y cruzarla en los pasillos y
seguíamos cursando materias que odiábamos profundamente sólo porque la
teníamos de compañera. Incluso creo que la mayoría habrá querido
recibirse sólo para dar clases en el mismo lugar que ella.
El
silencio y las caras serias fueron la única confirmación que hizo falta.
Viendo que estaban todos de acuerdo, el que hablaba apartó el retrato y
desenroscó la tapa del bidón de querosene. Roció los instrumentos sin
decir una palabra y prendió el encendedor.
En ese momento, notaron
que alguien más se acercaba caminando. Enseguida lo reconocieron por su
forma de andar despreocupada y algo agresiva. Era uno de los pocos
estudiantes varones que se había negado a participar, un alumno de piano
que tocaba la armónica en una banda de rock.
Se acercó sin
saludar, tomó una guitarra bañada en querosene y comenzó a ejecutar un
tema medianamente popular mientras hacía ademanes que recordaban a Keith
Richards.
-No vengas a burlarte de nosotros- le dijo uno, representando al grupo.
Siguió
tocando sin contestarle, mientras canturreaba en voz baja la melodía de
la canción. Nunca sonó el último acorde. Cuando todos esperaban que
finalizara como siempre lo hacía, tocando las cuerdas con el dedo índice
de la más aguda a la más grave, simplemente se detuvo.
-Pensaba
que iba a poder. Quería venir y tocar delante de ustedes para
demostrarles que yo sí era músico, pero no puedo. Somos iguales.
Metió
su mano derecha en el bolsillo izquierdo del desgastado pantalón de
jean y sacó una armónica. Amagó llevársela a la boca, pero enseguida la
tiró con el resto de los instrumentos.
-¿Se acuerdan de que me
decían el hombre de hojalata? Ahí tienen. Soy como ustedes. Mi teclado
está ahí en el medio desde temprano, abajo de algunas guitarras.
Habría
esperado que le contestaran algo, pero nadie dijo nada. Ya no tenían
ganas de expresarse, ni siquiera por medio de la palabra.
Una nueva chispa del encendedor encendió el fuego.
En
unos segundos, comenzaron a escucharse los primeros sonidos: cuerdas
que perdían su tensión para siempre, maderas que ya no harían de caja de
resonancia y que ahora apenas emitían un chasquido al ser devoradas por
lenguas anaranjadas...
Sin proponérselo, esa noche fue la única vez que verdaderamente hicieron música.
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