No logras darte cuenta desde hace cuanto, pero tus ojos ya están abiertos.
Aunque tu cuerpo no empezó a moverse, tu mente está llena de ideas que no tienen forma.
Las ves pasar como a nubes en el cielo, sin ignorarlas, pero sin aferrarte a ellas.
Unas líneas horizontales brillando en tu habitación te juran que ya es de día.
Te
mueves en la cama. Estiras un brazo buscando inútilmente alguna señal
de la almohada que debe haberte abandonado apenas empezada la noche.
No está.
Notas
cómo tus ojos todavía se rehúsan a abrirse del todo y te imaginas como
un cachorro que acaba de venir al mundo, pero te sientes más bien como
una cría que cayó al agua y que simplemente nada hacia la orilla sin
siquiera analizar la situación.
Asimilas las sensaciones sin
intentar comprenderlas: la saliva espesa en la boca, la penumbra de la
habitación, los sonidos de la calle provocando crujidos en la madera de
la persiana.
Aprecias la singularidad de cada cosa y experimentas el despertar del día de hoy como algo único.
Hoy naces.
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