miércoles, 23 de julio de 2014

XVI

No logras darte cuenta desde hace cuanto, pero tus ojos ya están abiertos.
Aunque tu cuerpo no empezó a moverse, tu mente está llena de ideas que no tienen forma.
Las ves pasar como a nubes en el cielo, sin ignorarlas, pero sin aferrarte a ellas.

Unas líneas horizontales brillando en tu habitación te juran que ya es de día.

Te mueves en la cama. Estiras un brazo buscando inútilmente alguna señal de la almohada que debe haberte abandonado apenas empezada la noche.

No está.

Notas cómo tus ojos todavía se rehúsan a abrirse del todo y te imaginas como un cachorro que acaba de venir al mundo, pero te sientes más bien como una cría que cayó al agua y que simplemente nada hacia la orilla sin siquiera analizar la situación.

Asimilas las sensaciones sin intentar comprenderlas: la saliva espesa en la boca, la penumbra de la habitación, los sonidos de la calle provocando crujidos en la madera de la persiana.

Aprecias la singularidad de cada cosa y experimentas el despertar del día de hoy como algo único.
Hoy naces.

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