miércoles, 23 de julio de 2014

XXXIX

El ser humano es la parte del cosmos dotada de la capacidad de hacer ruido.
No hay otro ser ni forma inanimada que posea tan dudosa virtud.

No hay ruido mientras las fieras combaten por controlar una manada emitiendo alaridos ensordecedores.
No hay ruido cuando la tormenta extiende sus dedos luminosos para alcanzar explosivamente la tierra, ni tampoco cuando el mar golpea obstinadamente las rocas haciendo oír su furia casi como una advertencia.

Ruido es cuando un colectivo atraviesa la calle bramando furiosamente, despertando a su paso el incesante quejido de la alarma de un Renault Clio.
¿Cuál fue la fría oficina, llena de luces innecesarias y de publicidades absurdas, en que un inventor desquiciado concibió semejante monstruosidad? ¿Qué siniestra idea de orden poseía aquella mente soberbia y ególatra que ideó tan nefasto dispositivo, con ninguna otra utilidad aparte de perturbar la escasa calma del hombre de ciudad?
Si creyera en las teorías conspirativas, creería que no pudo ser la obra de un hombre solo. Nadie pudo ser capaz por sí mismo de semejante atrocidad.

Debe haber alguna logia maligna, una antigua sociedad secreta cuyo origen se remonte a los primeros humanos.
Después de todo, el aumento de la intensidad en los ruidos con los que convivimos día tras día, no hace otra cosa que confirmar esa teoría. Tal vez alguna logia, la peor de todas, esté desde hace tiempo en el poder, ejerciendo su reinado de ruido y terror en cada una de las ciudades del mundo.
Si así es, seguramente estarán leyendo esto.

Sepan que les declaro la guerra.

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