miércoles, 23 de julio de 2014

XXVIII

Lluvia.

Gotas de agua que bajan desde lo alto y estallan contra el suelo.
Líneas de color gris que cortan el horizonte en forma casi siempre oblicua.
No simbolizan nada.
No tienen un significado, ya que no son una representación de algo más que de sí mismas.

Lluvia.
Lluvias.

Incontables gotas formadas por incontables partículas.

No son una excusa para resguardarse, ni tampoco la sustancia necesaria para evocar recuerdos o fragmentos de sueños.

Son el agua que gotea en las salientes de los techos de las casas colándose por nuestro cuello y mojando nuestra espalda.
El brillo espejado del asfalto, la trampa oculta bajo una baldosa floja, y la ropa pesada y fría que se vuelve una carga mojada.
Las formas irregulares que corren por los ventanas y por los parabrisas.

Lluvia.
Lluvias.

Todo.
Unidades.

Porciones de agua cayendo con suavidad o con violencia. Sin voluntad de dañar ni de ser bien recibidas, pero impregnándolo todo y transformando cada rincón que tocan.

Reivindico a la lluvia como lluvia.

Sin metáforas ni símbolos. Le devuelvo el valor que le quitaron siglos de representaciones y analogías.
La sitúo ni por debajo ni por encima de lo que pretendan hacerle significar.

Que otros deformen la realidad para ajustarla a sus caprichos poéticos.
Que otros gasten palabras intentando explicar.

Observo y callo.

Lluvia.

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