miércoles, 23 de julio de 2014

XIX

La adrenalina corriendo por todo el cuerpo.
Un uniforme sucio y roto, transpirado y manchado de sangre.
La respiración entrecortada, la saliva espesa en la boca.
La necesidad vital de seguir corriendo acompañada de la sensación de que es imposible dar un paso más.

Una explosión.

Silencio.

La urgencia por apuntar el arma y la desesperación de descubrir entre alaridos de dolor que ya no hay arma ni brazo con qué sostenerla.
La impotencia inexplicable al ver pedazos destrozados del propio cuerpo en un charco de sangre en el piso.

La adrenalina corriendo por todo el cuerpo.
Un tropiezo al franquear la puerta de entrada.
El traje oliendo a tabaco y a perfume.
El temor de ser descubierto, el gusto a alcohol en la boca.

Y ella que duerme. Sola.

Con los ojos hinchados de haberse dormido llorando, un frasco de pastillas en la mesa de luz
y el ridículo murmullo de un televisor con el volumen bajo.

¿Era de esto de lo que hablabas cuando me decías que todo vale en el amor y en la guerra?

Camas de un hospital improvisado pobladas de gente inocente.
Mujeres con las vestiduras manchadas de sangre y de asco.
Ancianos que ven destruido todo lo que alguna vez conocieron y amaron.
Hambre.
Parásitos.
Agua contaminada, comida en raciones que son un insulto.
Niños que se duermen llorando de hambre.

Piezas desmembradas de antiguas familias buscando encajar en algún hogar.
Hermanos que dejan de serlo de la noche a la mañana.
La pregunta sin respuesta de por qué mamá dejó de quererlos.
La extrema sensación de soledad y de ser una carga en un mundo que no ofrece ningún lugar que se pueda llamar casa.

¿Era esto de lo que hablabas cuando decías que todo vale?

El olor de la carne humana quemada con electricidad.
El cuerpo adolorido y cansado de haber pecado más allá de las propias fuerzas.
La propia conciencia olvidada para seguir ciegamente las órdenes de un grupo de hombres.
La traición a todo lo que una vez se juró.
La doble blasfemia de destruir templos con civiles adentro.
La bajeza de vivir una doble vida y de acostumbrarse a la mentira.
Prisioneros fusilados en nombre de la paz.
Odio vertido en nombre del amor.
Vidas destrozadas por razones falsas, siempre con un egoísmo enfermo como verdadero móvil.

Basta.
Las grandes palabras no justifican jamás la bajeza de los actos humanos.
¡Basta!
No vale todo en el amor y en la guerra.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario