miércoles, 23 de julio de 2014

XVII

Mi forma de caminar y el modo en que me siento.
La manera que tengo de saludarte, la expresión que nace en mi cara cuando te miro de frente.
El timbre de mi voz, su calma de algunas veces y su atolondramiento de otras.
Mi sentido del humor muchas veces absurdo y las distintas alturas que produce mi risa.

La simpleza sin arte de ser yo todo el tiempo.
La manera que tengo de tratar con la gente.
Mis gestos al hablar, las palabras que uso con frecuencia.

Las cosas que comprendo y aquellas que ignoro.

Mi singularidad, mis modos y mi esencia. Lo trascendente y lo simple.

Aquí están.

No tengo ningún reino que pueda ofrecerte.
No tengo un caballo del color de la nieve ni pretendo raptarte cuando caiga la noche.
No te ofrezco el vacío de lo predecible ni el acartonamiento de lo que es comparable.

Te ofrezco la belleza sin patrones de lo que verdaderamente existe.

La forma en que la arena se amontona en la playa, la irregularidad única de la letra manuscrita,
la llovizna cayendo caprichosamente sobre nuestras cabezas...

Te ofrezco mucho más que lo que hay en los libros (la vida no es un cuento que escribió algún idiota).

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