miércoles, 23 de julio de 2014

XXX

Ves una oruga que repta junto a tu pie. Normalmente no te molestaría, pero esta te resulta particularmente desagradable.
Está llena de púas y es de un color verdoso que te incomoda.
Decides que un ser así no merece vivir.
Si le acercaras tu mano, sin duda te provocaría un ardor muy fuerte.
No lo dudas: una criatura así de dañina debe ser exterminada de la faz de la tierra.
La pisas.

El bicho muere tan silenciosamente que te llama la atención.
Notas una mancha viscosa rodeando su cuerpo mientras retiras el pie ejecutor.

Más tarde lo descubres: la oruga era una larva.
Si la hubieras dejado vivir, se hubiera transformado en una mariposa monarca.
Sus alas anaranjadas hubieran dado un poco de color al gris de las calles.
Su liviandad te hubiera hecho sentir menos atado a la rutina y te hubiera hecho creer que también tus alas pueden crecer...

¡Basta!

¿Qué ridículo poeta situó a la mariposa por encima de la oruga? ¿quién grabó en nuestro inconsciente, a fuerza de repeticiones, la mentira de que las metáforas justifican una realidad que no tiene valor en sí misma?

¿En qué arrebato de orgullo decidiste que tus enfermos ideales de belleza y de utilidad pueden ser ley de vida o muerte?
¿Qué importa en qué vaya a convertirse la larva, o si su existencia ofende la caprichosa y selectiva delicadeza de tu sensibilidad egoísta?

Deja que la larva viva, no porque será mariposa, sino porque no te corresponde decidir si su existencia es o no prescindible.
Olvida las metáforas.
Deja de aplastar la ciudad para que se parezca a la maqueta que te hiciste de ella.

Deja de pedir razones a lo que te rodea.
La belleza de lo que parece inútil ostenta la perfección que no necesita justificarse a sí misma.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario